¡Oh, Alejandría!
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "IOh, Alejandría!", Alix, de Jacques Martin
Ya decidido a leer sólo las aventuras de Alix dibujadas por Jacques Martin, me hice con ¡Oh, Alejandría! (1996) en el convencimiento de que era la última ellas. De modo que me sentí algo contrariado cuando, al empezar su lectura, descubrí que los decorados eran de Rafael Moralès y el propio Moralès, junto a Marc Henniquiau, había participado en los personajes. Sin que ello signifique menoscabo alguno para la obra de estos dos primeros colaboradores de la serie, sí que he de decir que acusé la carencia de la impronta de Martin en los dibujos. En cualquier caso, al igual que me ocurriera en las primeras entregas, cuando el trazo de Martin aún no había alcanzado la maestría con la que daría la forma definitiva a las aventuras, en la segunda página ya me había hecho a esas diferencias con agrado.
En esta ocasión, Alix y Enak acuden a Egipto respondiendo a una llamada de Senoris, el jefe de los arqueros reales de La esfinge de oro (1950) que tanto les ayudó en aquella aventura. Pero ahora, las cosas han cambiado mucho para él. Siendo visir de Alejandría, cayó en desgracia durante una guerra entre los diferentes sacerdotes del país. Obedeciendo órdenes del rey Ptolomeo XII, al ir a castigar a los responsables de las matanzas desatadas entonces, se le apareció un hombre-leopardo. Éste le anunció que le revelería un secreto, a la vez que le advirtió que ser conocedor de dicho secreto le acarrearía la desgracia. Naturalmente, como hubiera hecho cualquiera ante semejante propuesta -todo un hallazgo del guión, lo único que es en exclusiva de Martin-, Senoris acepta.
A mi juicio, el hombre-leopardo -que no es otro que el Qaa de El príncipe del Nilo, un iluminado capaz de comunicarse con las bestias- constituye la mayor huella de Martin en todo el álbum. No sólo porque, dentro de ese afán de universo común que tanto estimo en todas las series o sagas, nos devuelva a un personaje ya conocido de entregas anteriores, también porque su dibujo me ha recordado sobremanera a los hombres-león de El río Estigia (1996), la segunda aventura de Orion que también fue la última que Martin escribió y dibujó en su totalidad.
En lo que al asunto de ¡Oh, Alejandría! se refiere, en efecto, cuando Senoris es conocedor del escondite del tesoro de Hatchepust (sic) -el secreto confiado por Qaa- y regresa a Alejandría, Ptolomeo XIII, el rey niño hermano de Cleopatra que siempre está borracho, le hace encerrar y torturar. Desde que quince siglos atrás, Hatshepsut -grafía con la que aquí se alude a Hatchepust, la reina-faraón de Tebas, entonces capital de imperio- lo mandara esconder, el fabuloso tesoro ha sido codiciado por los soberanos de Egipto.
Luego de que nuestros amigos se entrevisten con Senoris en su confinamiento, los egipcios están convencidos de que les ha confiado el secreto y también son torturados. Es la misma Cleopatra quien los libra del suplicio, aludido en la portada. Aunque la mítica soberana también está convencida de que Alix y Enak son conocedores del misterioso lugar donde se encuentra la fortuna, los toma bajo su protección. Ante las nuevas perspectivas y con la ayuda de Qaa, quien vuelve a aparecérseles rodeado de sus fieras y unos nómadas, los jóvenes consiguen liberar a Senoris.
Aunque el infeliz ex visir, enfermo por los padecimientos, morirá a las pocas horas de su rescate, tiene tiempo de revelar a Alix donde se encuentra la fabulosa fortuna. Hechos con una mínima parte de ella tras una última peripecia con los nómadas, nuestros amigos se la entregan a Cleopatra y la mítica reina, agradecida, se entrega a Alix en la bañera en una de esas viñetas de sutil carácter sexual que no faltan en la obra del Jacques Martin último.
Publicado el 8 de octubre de 2014 a las 00:30.